miércoles, 23 de febrero de 2011

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Hay algo de magnético en el llanto. Como si un timbre nos pulsara los ojos y el frío del invierno hiciera un nido en la mirada, llena de perdices muertas. Y no quedará más remedio que llorar. Llorar por las oscuras golondrina, por el verano sin mar, por los cortocircuitos, por las zarzas azules, por los contenedores rotos, por los combates de boxeo, por el regreso a casa, por la rutina del lunes, por la prisa del viento, por la fruta podrida, poe las alfombras persas, porque no pudo ser,por la muerte en fasículos, por las pestañas perdidas, por el cansancio del mar, porque murió la tortuga.
Hay que llorar un llanto eléctrico esta noche. Llorar por el carbón de los trenes, por la feliz coincidencia, por el motor de los besos, por el examen pendiente, por el final del amor, por el calor del infierno.
Llorar hasta los límites del mar o de la Vía lactea, llorar por los andamios, por todos los ríos, por todas las niñas, por las peluquerías, por los sueños oscuros, los payasos de circo, la soledad del muerto.
Llorar por el aullido del violín, por las ballenas perdidas, por los incendios naranjas y el agua del mar y el tráfico y la noche y el ruido de los pájaros y los borrachos y los triciclos rotos y las letras perdidas. Llorar por los fantasmas y las jaulas, por los martes, por los petroleros, llorar por ella, por nosotros, por el precio del aire, por mí, por todos mis compañeros.
 Raúl Vaca

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